
"¡Me vendo!", grité.
El Rey me cogió de la mano y me dijo:
"Soy poderoso, puedo comprarte."
Pero de nada le valió su poderío y se volvió sin mí en su carroza.Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía y yo vagaba por el callejón retorcido cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro. Dudó un momento, y me dijo:
"Soy rico, puedo comprarte."
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor. Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
"Te compro con mi sonrisa."
Pero su sonrisa palideció y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente. Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas. Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
"Puedo comprarte con nada."
Desde que hice este trato jugando, soy libre.
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