martes, 30 de junio de 2009

La riqueza material es efímera, la riqueza espiritual es eterna.

Muchas personas malgastan sus energías por acumular riquezas materiales, por tener poder económico y ser reconocidos dentro de su círculo como personas de gran influencia, hasta el punto de olvidarse o descuidar - en esa ambiciosa carrera materialista - de otros aspectos más importantes y sublimes, como lo son el amor y la entrega por nuestra familia, nuestros hijos, y todo cuanto constituye nuestro mundo, la verdadera riqueza; la misma que estando tan cerca de nosotros no la valoramos lo suficiente, y que de perderla, ninguna cuenta bancaria por cuantiosa que sea podrá devolvérnosla. Su efecto es irreversible.Es normal y sano que el ser humano desee progresar y mejorar sus condiciones de vida, y dentro de ello que se esfuerce por alcanzar metas y objetivos, que de conseguirlos le traerán estabilidad física y emocional a él, y a quienes estén bajo su responsabilidad; y eso es agradable a los ojos de Dios porque estamos haciendo lo correcto. Más lo que Dios no ve con buenos ojos es esa ambición desmedida y malsana de aquellos que piensan que el dinero y las satisfacciones materiales lo son todo en la vida, llegando a convertirse en esclavos acérrimos de sus disfrutes, restando toda importancia a los criterios Providenciales.La verdadera riqueza, la que no se agota, es la que está dentro de tí y de los que te rodean, su origen es espiritual. Tendríamos que estar realmente ciegos para no darnos cuenta de cuan ricos somos interiormente y de todo lo que Dios ha creado para que nuestro espíritu y nuestros ojos se regocijen con tanta maravilla a nuestro alcance. Mucho más cuando podemos disfrutar de ello junto a nuestros seres amados y dar gracias a ese Padre bondadoso porque nos permite alabarlo, caminar, trabajar, producir, hacer el bien de manera desinteresada, y sobre todo, poder decir \"te amo\", o simplemente sonreir ... En ello radica la esencia de nuestra verdadera riqueza espiritual, precioso regalo de Dios.

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